Biografía V
Lo mejor de Acuarela era que bastaba una llamada telefónica o un SMS para tener un estudio de grabación reservado, aunque nunca por un número de días suficiente. Un nuevo verano acaba de sorprenderme en un piso que da a una piscina rodeada de césped. Like a Rolling Stone (como un chinarro). Un verano es demasiado largo si no se tiene una grabación a la vista. Un músico que no dispone de un estudio de grabación es como un pintor sin lienzo, o, en el bello mundo del caballo, un mamporrero y no un jinete. A las 08,58 AM un par de cortacéspedes ha comenzado un sonoro simulacro de ataque aéreo que ha cesado justo ahora, a las 9,46. Mi jornada laboral es bastante más larga: me he pasado la noche soñando que componía canciones nuevas y mejoraba algunas de las que ya he grabado. Algo como lo que cuenta Bill Callahan en Eid Ma Clack Shaw, en uno de los pocos discos publicados por artistas extranjeros en tiempo reciente que suenan como a mí me gusta (sin comparación posible con algo grabado en España: pensemos en los huesos de los pobres niños de Córdoba en un bar). De manera que cuando los jardineros me despiertan yo he trabajado ya bastante, porque por más emails que mando no averiguo nada sobre el siguiente estudio de grabación que ocuparé. Tengo un verano para soñar que fue un sueño que tanta gente se fuese y se echase a perder, todo un amor, toda una pandilla, todo un festival, toda una industria que apenas había empezado a crecer, mientras unos sustituían el sexo por el bricolaje, y otros, los que detestan toda clase de polvo, el bricolaje por la jardinería, haciendo saltar por los aires las fragantes briznas de hierba, clavando en los pulmones la inquietud de una guerra a la larga inevitable, porque no hay trabajo en este país que no sea ruidosísimo y de 8a 10 y de 15 a 16,30. El resto es la bolsa de huesos en el bar o un desayuno alcohólico y eterno, el hombre del saco de hierba recién cortada guiando al pueblo hacia la inanición. Mientras nuestra oscura esencia norteafricana termina de invocar el fantasma de los dictadores de la historia y seguimos cagando en el interior de tumbas fenicias perdidas en terreno militar, trataré de recordar cómo fue la grabación de la primera maqueta de Sr. Chinarro. Se trata de un trabajo agotador de arqueología memorística. Veamos:
Hacía calor, pero en Sevilla esto no indica necesariamente que fuese verano. Fuimos en el dos caballos de Béjar, de manera que vuelve a fallarme la cronología. El estudio estaba en la calle Huesca, era la casa de Paco Trilita, empresario sevillano que, como tal, merecería capítulo aparte. No pagamos nada. Paco confeccionaba un fanzine en el que ya habían publicado Los Bastos, el grupo cuyo local ocupábamos Los Sensibles, y seguía con atención los progresos de los Hébridas, a modo de manager. Los Chinarros no queríamos esa clase de apadrinamiento más o menos interesado, pero cuando Paco nos ofreció su estudio cargamos el 2CV con el Marshall de transistores que compré en Portugal a mitad de precio (no sé si tuve que vender el amplificador Peavey de bajo o no; igual se lo vendí a Jesús Franco, el bajista, que vino con Béjar y conmigo a Lisboa en busca de unos impuestos más razonables de esos productos que, siendo estruendosos como una radial o un cortacésped, hacen, por contra, cultura: son necesarios para ese modo de expresión, de reinterpretación de realidades en apariencia cambiantes, bamboleantes, que es el rock and roll. Del mismo modo que mis hermanas nos expulsaron, acusándonos de escándalo público con sus llantos, del garaje del adosado de mis padres como no habrían hecho si armado con radial y palustre les hubiese levantado una habitación suplementaria donde guardar la ropa que estúpidamente acumulaban temporada tras temporada -uno de esos cuartos vestidores mortales de necesidad en los tiempos de la burbuja inmobiliaria-, los impuestos de nuestro Estado hacían que un amplificador de guitarra costase la mitad en Lisboa que en Sevilla; diferencia que nos permitió un viaje inolvidable del que apenas recuerdo lo del acelerador roto y amarrado con alambre, lo del vino tinto aquel tan denso y lo de que Jesús Franco estuvo a punto de decir a la Guardia Civil, cuando cruzábamos la frontera en el viaje de vuelta en la barcaza de Vila-Real de Santo Antonio a Ayamonte -aún no había puente siquiera-, que sí, que teníamos un amplificador por declarar sepultado bajo los abrigos en el asiento de atrás. Crimen y castigo. Cierro paréntesis).
Grabamos cuatro canciones. Off, Rain, Hate y Velvet Eye. Béjar solo grabó una pista de guitarra en Velvet Eye, doblando la mía, es decir, tocando exactamente lo mismo que había grabado yo un rato antes. No sé si fue así porque ya habíamos tenido nuestro encontronazo o si el conflicto nació en el estudio, donde inmediatamente comprendí que se decidía lo que una canción acababa siendo. Béjar, quien había escrito las primeras letras del grupo en inglés, quizá porque viajaba con frecuencia a Canadá a ver a su familia (Dan Béjar de Destroyer, as I said before), y seguro porque era el idioma de nuestros grupos favoritos de los primeros años noventa, marcó la pauta que después yo seguiría con mis conocimientos rudimentarios sobre los hijos de la Gran Bretaña y su idioma, pues yo era de francés (en los setenta no sabía inglés ni el embajador de España en Londres, del mismo modo que aún no saben los dos últimos presidentes del gobierno -bueno, los n últimos-). Ya se decía por entonces que en Sevilla, y quizá en todo el país, no había nadie que supiese a ciencia cierta qué hacía a los mandos de un estudio de grabación. Si De un país en llamas, el disco de Radio Futura, era (y es) mi disco favorito publicado jamás por una banda española, no es en balde: había sido grabado en el extranjero, y probablemente por ingenieros que no usaban el título como licencia poética. Paco Trilita siempre me dio libertad, la misma que propició su enfado una década después. La misma razón que me permitió toquetear los botones de la mesa de mezcla según dictaba mi capricho y mi decisión de no grabar la misma maqueta guarra del grupo sevillano de siempre me hizo merecedor de un agrio reproche cuando fui sorprendido cabalgando un amplificador con ruedas por el pasillo de los locales de ensayo que regentaba Paco en la Ronda de Capuchinos en la época de La primera ópera envasada al vacío. También influyó que Fernando Cañas se sentase a la batería del grupo amateur con el que compartíamos local, a pesar de la expresa prohibición de Paco. El reproche fue este exactamente:
-Artista, que eres muy artista tú. Vete.
Y echó del local de ensayo al único grupo sevillano que vendió 5000 copias de algo sin la ayuda de una multinacional, es decir, de la mafia. En fin, ni Fernando podía llevar en tren la batería del Puerto de Santa María a Sevilla ni yo puedo pensar que un flightcase sirva para algo más que cabalgar por los pasillos si tocas en un grupo que jamás sale de gira al extranjero.
Problemas de bateristas y bártulos, finalmente. Lo normal.
Morato y Franco las pasaron canutas grabando. Y eso que no se saltaron la dieta normal del músico: litronas y papas fritas. Nada de hachís, ron u otros tóxicos. Pero era ver el reloj en marcha, sentir la presión de la posteridad como siente un barómetro el peso del cielo al ver la mano de Paco Trilita indicando que había pulsado el botón de grabar (acaso el único botón que debieran tener los estudios españoles), y ponérseles a los de la base rítmica la mala cara de los que van a ser operados de apendicitis. Con todo, se notó que habíamos ensayado muchísimo, probablemente más de lo que he ensayado desde entonces hasta ahora, en estos veintitantos años. Las canciones eran muy sencillas, hechas a la medida de nuestra impericia y nuestros desconocimientos musicales, y por eso mismo llamaron la atención en una ciudad a la deriva en el pantano de los Beatles y los Stones, de la Esperanza y la Macarena, de los hábiles desocupados. Paco conocía a Galaxie 500 y esos grupos que tanto nos gustaban, de modo que acertó aplicando los conocimientos que tuviera, permitiéndonos usar reverberación y distorsión como no nos habrían dejado hacer si hubiésemos pagado por alquilar uno de aquellos estudios caros de Sevilla, empleados en masa para grabar copla y horteradas innombrables, aún con gran difusión en cadenas privadas y, lo que es peor, mediante públicas y carísimas emisiones orientadas a ese público que jamás votaría si hacerlo costase lo que vale el sobre o supiese leer las noticias sobre los almuerzos de Arenas o el laissez faire, laissez passer tan propio de los socialistas de bodeguilla y sucesores. Paco se portó bien con nosotros: jamás olvidaré lo bien que lo pasé moviendo de un lado a otro el panorámico de mi pista de guitarra en Off, mi canción, en la mesa de mezclas. Tuvimos libertad, no fue de listo por la vida. Casi descubríamos al mismo tiempo las posibilidades del estudio, y comprendí enseguida que se trataba de un instrumento más, el cincel del escultor; un instrumento que aún no tengo, porque este IPad es más bien un producto de ortopedia o un juguete, o ambas cosas a la vez. También me di cuenta de que había que disfrutar al grabar, de que la posteridad era una fantasía decimonónica. Pero ¿quien puede estar tranquilo ante la desidia veraniega que se nos echa encima una y otra vez? ¿Cómo olvidar que mis peticiones de estudio de grabación, siquiera alquilado, y a ser posible en el extranjero, cada vez tienen una respuesta más ambigua?
¿Colgar la maqueta? ¿O colgar a los que van a eximir a la industria tecnológica del pago de 100 millones de euros al año para compensar la pérdida de ingresos de los creadores? Y dicen que la cultura va bien porque la Fnac ha facturado cientos de millones de euros. Vendiendo tablets y laptops y móviles ¿ no te jode? En fin, si los creadores son esos que han registrado no sé cuántas mil canciones haciendo trampas con piezas musicales ya compuestas y aprovechando el tirón que en este país de analfabetos y ludópatas y drogadictos insomnes tienen esos programas nocturnos con moza de buen ver al frente y orquestilla de exfracasados detrás, si eso es así, lo que yo querría colgar es a un significativo porcentaje de la población. Pero no temáis, no tengo mucha cuerda. Ni yo ni el del sello discográfico de turno.